lunes, 30 de junio de 2008

El que paga manda

Carlos Fazio

Como era previsible, el Plan México va. Dólares más, dólares menos, su aprobación nunca estuvo en duda porque se trata de una pieza clave de la estrategia geopolítica de Estados Unidos para el hemisferio. Con la coartada de la guerra al terrorismo y el crimen organizado –como enemigos míticos sustitutos del fantasma comunista–, la administración de George W. Bush militariza las Américas.

No hubo marcha atrás en el Capitolio. Estados Unidos no da cheques en blanco. La naturaleza policiaco-militar del Plan México y su enfoque contrainsurgente se mantienen. La seguridad invade la relación bilateral, con México en un plano subordinado. El régimen de Felipe Calderón sigue la agenda de la Casa Blanca. El “diferendo” entre el Congreso de EU y Calderón era sólo de forma. En los papeles, México no podía quedar como achichincle de Estados Unidos (Carlos Fuentes dixit). Ergo, había que distorsionar la imagen entreguista de Calderón. Se trataba de un mero problema de lenguaje, semántico, pues. Y se solucionó. La Cámara baja y el Senado estadunidense se pusieron de acuerdo para “suavizar” los candados y salvarle la cara a Calderón. La famosa “corresponsabilidad compartida” entre Estados Unidos y México, países asimétricos, es un engañabobos; forma parte de la matriz publicitaria del régimen, amplificada por la prensa patriotera cipaya.

El presidente Bush promulgará la ley HR6028 y Washington evaluará la marcha de los programas de seguridad diseñados para México por el Pentágono y la comunidad de inteligencia. Se acelerará la militarización de la sociedad mexicana. Según el documento legislativo devuelto a Bush para su aprobación, las fuerzas armadas y los distintos cuerpos policiales de México serán sometidos a vigilancia externa. No le hagan al cuento. Los círculos militares, de inteligencia y de seguridad estadunidenses penetrarán aún más a sus contrapartes en México, igual que hicieron antes en Colombia. Pero hay otros ganadores: grandes corporaciones del complejo militar industrial harán pingües negocios con sus aviones, sus helicópteros y sus programas de espionaje, control computarizado y entrenamiento.

Las estrategias militares, de interdicción y fumigación en materia de narcotráfico han fracasado. Allí está el espejo colombiano: desde 2000 Washington ha “invertido” en Colombia 6 mil millones de dólares, y el informe 2007 de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen indica que la superficie de cultivo se incrementó 27 por ciento y el país andino se mantiene como principal proveedor de cocaína al mercado de Estados Unidos. Igual ocurre con el opio en Afganistán, bajo la ocupación del Pentágono y sus aliados. De la “guerra al terrorismo” ni se diga. Son programas fallidos, pero permiten a Washington fortalecer su influencia militar, a la vez que son útiles para imponer una “paz social” que dé seguridad a las políticas económicas en favor de las compañías multinacionales con casa matriz en el país vecino.

El Plan México se vendió como un plan de “asistencia” militar para tres años (2008-2010). Pero adquirirá carácter permanente. Igual ocurrió en Colombia. El asunto es más grave porque aquí ha sido incorporado de facto a “Norteamérica” como nueva dimensión geográfica, con su reminiscencia nazi de “espacio vital”. México forma parte del “perímetro de seguridad” de EU y su territorio está monitoreado por el Comando Norte. Poco a poco el Pentágono ha ido cerrando el “tercer vínculo” de la relación bilateral: el militar. Este aspecto, que tiene que ver con la “integración profunda” de México a Estados Unidos, los “corredores del TLCAN”, la militarización de la frontera y la migración indocumentada como sinónimo de terrorismo.

El Plan México será el brazo militar de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, en su porción subdesarrollada. Como dijo el subsecretario de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado, Thomas Shannon, con el ASPAN “estamos blindando el TLCAN”. El ASPAN es el TLC militarizado. Y ahora, el Plan México será también el gendarme del Proyecto Mesoamérica (el ex Plan Puebla Panamá). Bajo el paraguas de la “ley Gestapo” y otras contrarreformas legales se militarizará la vida pública, y se incrementarán el espionaje interno y la criminalización de la protesta social y de “los jóvenes”. Desaparecerán las líneas divisorias entre la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y los opositores políticos del régimen. La disidencia será estigmatizada como el “enemigo interno”. Persistirán las ejecuciones extrajudiciales, la desaparición forzada, las detenciones arbitrarias, la tortura.

Esa tendencia llevará a la constitución de un Estado policial y paramilitar en México, de tipo contrainsurgente y subordinado a las directivas del Pentágono. Es posible, como dice la canciller Patricia Espinosa, que en un comienzo no vengan militares de Estados Unidos ni se construyan bases yanquis en territorio mexicano. Pero llegarán disfrazados los ejércitos mercenarios de compañías privadas como Blackwater, Dyncorp, SyColeman y Triple Canopo, subcontratados por el Departamento de Estado para la guerra sucia y acciones encubiertas de desestabilización. Después, en 2009, oficiales de alto rango del Ejército y la Armada de México participarán en los juegos de guerra contra el terrorismo (Topoff 5), en Vancouver, junto a efectivos de Estados Unidos y Canadá. Y se cerrará el círculo.

Bush heredará un México totalmente alineado con las políticas imperiales, proclive a ser utilizado como cabeza de playa en la batalla ideológica contra Cuba, Venezuela y los países progresistas del área. Se trata de una estrategia peligrosa que pondrá en riesgo las relaciones de México con los países de América Latina. Además, de gratis, México se convertirá en “blanco” de los enemigos de Washington. ¿Qué hacer? La patria está en peligro. México no es Colombia.

domingo, 22 de junio de 2008

La CIA, la ODCA y Calderón

Carlos Fazio


El pasado 13 de marzo, en La Habana, los cancilleres de México y Cuba abrieron una nueva fase en la relación bilateral signada, dijeron, por una “confianza renovada” y el apego a las normas del derecho internacional. Un día después, como parte de una “diplomacia paralela” a la del régimen de Felipe Calderón, el mexicano Manuel Espino, presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), inauguraba en San José de Costa Rica el foro “Solidaridad latinoamericana al encuentro de Cuba”. Al término del mismo, los participantes –entre quienes figuraba el ex presidente Vicente Fox– emitieron una declaración en la que pedían permiso a las autoridades cubanas para que una delegación de la ODCA viajara a la isla a entrevistarse con el presidente Raúl Castro, la oposición y la disidencia interna, a fin de promover “una transición política y pacífica” que permita establecer “una economía social de mercado” en Cuba. En el documento de 26 puntos destacaban las habituales demandas vinculadas con los derechos humanos y el libre acceso a “los medios modernos de comunicación, información y nuevas tecnologías”.
Aunque el Directorio Democrático Cubano (DDC), miembro de la ODCA, se desmarcó parcialmente de la Declaración de San José, cabe recordar que sus principales dirigentes, Orlando Gutiérrez y Javier de Céspedes –con el copatrocinio de José María Aznar y la fundación alemana Konrad Adenauer–, abonaron el camino de Fox a la copresidencia de la Internacional Demócrata de Centro (IDC, la antigua Internacional Demócrata Cristiana) y el de Espino a la ODCA, su filial americana.
Creado por la Agencia Central de Inteligencia a comienzos de los años 90 como una organización pantalla para desarrollar actividades hostiles y subversivas contra Cuba, en los últimos años el DDC, uno de los principales grupos de la mafia de Miami, buscó y logró penetrar a la ODCA de Espino y Fox, logrando afianzar una base en México para tales fines.
Desde su surgimiento, el DDC ha sido subvencionado con fondos de los contribuyentes estadunidenses a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID, que depende del Departamento de Estado), la National Endowment for Democracy (NED) y el Instituto Republicano Internacional (IRI). Entre las actividades encomendadas por la CIA a esa organización figuran la fabricación y distribución de propaganda contra Cuba mediante artículos y publicaciones, y organizar seminarios y conferencias en diferentes universidades de Europa y América Latina.
En mayo, forzada por la Oficina de Auditoría del gobierno de Estados Unidos (GAO) a medio transparentar la distribución de los 45 millones de dólares asignados por la administración de Bush para los planes de desestabilización de Cuba durante 2008, la AID reunió a un grupo de organizaciones no gubernamentales afines y acordó promover el envío secreto de material electrónico a la isla a través de “intermediarios” latinoamericanos y europeos, para realizar el trabajo sucio que Washington no puede hacer legalmente.
El jefe para América Latina de la AID, José Cárdenas, ex directivo de la Fundación Nacional Cubano Americana, subrayó ahí la necesidad de introducir a Cuba, en “forma clandestina”, panfletos de propaganda, celulares y equipos de comunicación modernos, computadoras y softwares incluidos. Ante el carácter secreto de la misión, Elaine Grigsby, directora del llamado Proyecto Cuba de la AID, garantizó que si existieran solicitudes de desclasificación de documentos en virtud de la Ley de Libertad de Información, la AID “sólo emitiría un resumen general” y mantendría en secreto los detalles de los programas de cada ONG.
Clara Davis, de la agencia del Departamento de Estado que monitorea los intercambios con Cuba, propuso utilizar las llamadas “licencias humanitarias” para la infiltración de agentes a la isla bajo la cobertura de proyectos vinculados con salud pública, medio ambiente e iniciativas específicas.
La búsqueda de agentes encubiertos extranjeros se intensifica ante las crecientes dificultades que encuentran los diplomáticos de la Sección de Intereses Norteamericana en La Habana (SINA, por sus siglas en inglés) y su jefe, Michael Parmly, para la promoción del terrorismo y la subversión en Cuba.
El 18 y 19 de mayo, la seguridad del Estado exhibió en la televisión cubana videos que comprueban la complicidad de Parmly y otros funcionarios de la misión de Estados Unidos en Cuba, con el terrorista Santiago Álvarez, cuyo dossier fue difundido por la Interpol con alerta roja. Actualmente, Álvarez está preso en Miami, acusado por el FBI de la tenencia ilegal de un cuantioso arsenal (ametralladoras, rifles, explosivos C-4, dinamita, detonadores, munición y un lanzagranadas, según el Miami Herald).
Con un frondoso prontuario, Álvarez, quien condujo en el barco Santrina al terrorista confeso Luis Posada Carriles, autor del crimen de Barbados, en su fuga desde México a Estados Unidos hace un par de años, dirige desde la cárcel la fundación Rescate Jurídico, que por medio de la SINA canaliza fondos a mercenarios proanexionistas residentes en la isla. Parmly fue exhibido como una vulgar “mula” de Álvarez en el trasiego de fondos para la subversión en la isla, en contravención de los acuerdos bilaterales entre Cuba y Estados Unidos, y del artículo 41 de la Convención de Viena para las Relaciones Diplomáticas.
El viernes 13, en Madrid, Felipe Calderón alentó una “nueva aurora” en términos de derechos humanos y democracia en Cuba. México, vía la ODCA de Fox y Espino, se ha convertido en una guarida de mercenarios y terroristas patrocinados por el Directorio Democrático Cubano. La agenda de la ODCA es la misma de la AID y la CIA. De allí la duda: ¿diplomacia paralela la de Fox-Espino o complementaria de la calderonista?

domingo, 1 de junio de 2008

La certificación militar

Carlos Fazio


Atrapada en medio de fuertes restricciones presupuestarias, y vulnerable al “fuego amigo” de la guerra en Irak y a las hostilidades entre demócratas y republicanos en un año electoral, la llamada Iniciativa Mérida recorre un tortuoso camino en Wa-shington, pero al final pasará, con certificaciones incluidas, porque se trata de una herramienta de penetración de la nación imperial que, entre otros objetivos, persigue la militarización de México y mayor dependencia de las instituciones armadas del país al Pentágono y a la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos.

El paquete de “ayuda” militar propuesto por la administración de Bush en octubre pasado –mejor conocido como Plan México, dado que es una réplica del Plan Colombia– fue aprobado por el Senado estadunidense el pasado 22 de mayo con una serie de condicionamientos y un sensible recorte en su monto. Inicialmente, la solicitud enviada al Congreso era por 500 millones de dólares para el año fiscal 2008, que termina el 30 de septiembre. Pero el Senado otorgó sólo 350 millones de dólares, y además la entrega a México en “especie” de equipo y tecnología de comunicaciones, control de droga y migratorio (hardware y software de inteligencia, escáneres de rayos gama y rayos equis, bases de datos para control biométrico, etcétera), aviones CASA-235, helicópteros Bell-412 (usados) y eventualmente S-70A (o 60L Black Hawk) artillados, barcos patrulleros y adiestramiento policial y militar, quedará sujeta a una serie de fiscalizaciones impuestas por el Capitolio.

Los condicionamientos incluyen una serie de reformas legales y judiciales en México y la elaboración por parte de Washington de una base de datos “para el escrutinio de las corporaciones policiales y militares mexicanas”, a fin de garantizar que quienes reciban la ayuda no estén involucrados en violaciones de derechos humanos o en actos de corrupción. La iniciativa prevé que el Departamento de Estado certifique que México está haciendo cumplir las prohibiciones contra el uso judicial de testimonios obtenidos mediante tortura.

Asimismo, deberá asegurarse de que las fuerzas armadas de México transfieran a fiscales del fuero civil todos los casos de militares involucrados en acusaciones de violaciones a derechos humanitarios. No obstante, el proyecto de ley del Senado deberá ser consensuado ahora con la Cámara de Representantes antes de ser devuelto al presidente Bush, quien podrá promulgarlo o vetarlo. La coyuntura exhibe a un jefe de la Casa Blanca políticamente débil que deberá negociar el paquete con el liderazgo demócrata en la Cámara Baja, donde podrían surgir algunos cambios.

Tras conocerse la resolución, algunas voces señalaron aquí que la nueva fase de “certificaciones” implicaría una “renuncia” a la soberanía nacional. Se denunció también el descarado injerencismo y la rotunda hipocresía de la iniciativa estadunidense, que retrotrae la relación bilateral a los días en que el Departamento de Estado premiaba o castigaba a otros regímenes, no en función de su compromiso con las garantías individuales o por su lucha contra el crimen, sino a partir de afinidades o desencuentros políticos e ideológicos, o bien como forma de ejercer presiones intervencionistas.

Ahora, como antes, al viejo dicho de sentido común universal de “el que paga manda” se suma el déficit de legitimidad de la administración de Bush, campeona de la violación de derechos humanos en el mundo, como ha quedado probado con las atrocidades cometidas por su personal militar en la cárcel de Abu Ghraib (Irak) y en el campo de concentración de Guantánamo, amén de los vuelos secretos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), transportando prisioneros secuestrados, cuya suerte se desconoce.

Hasta ahora, Felipe Calderón no ha emitido ningún comentario sobre los monitoreos propuestos por el Senado estadunidense a la Iniciativa Mérida. La razón es sencilla: desde antes de ser declarado presidente electo, el Comando Norte del Pentágono le había impuesto a Calderón el plan militar con todo y sus condicionamientos, porque México es una pieza esencial del “perímetro de seguridad” de Estados Unidos, al que nuestro país fue “integrado” de facto. Es más: en parte, el Plan México ya viene operando en el contexto de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN, marzo 2005), a través de los llamados operativos espejos y la existencia de un intercambio de información de inteligencia en tiempo real de los organismos de seguridad de ambos países.

A la doble moral de Estados Unidos se añade el hecho de que el régimen calderonista ha venido manejando el paquete que aumentará la dependencia militar de México, como un “acuerdo de voluntades”, “compromiso político” o “esquema de cooperación bilateral” de nivel ejecutivo, artilugio para ponerlo al margen del artículo 76, fracción I de la Constitución, que establece como facultad exclusiva del Senado mexicano analizar la política exterior desarrollada por el Ejecutivo federal y aprobar tratados y convenios internacionales.

Así, el Plan México, definido por el embajador de Estados Unidos, Antonio Garza, como el “proyecto más agresivo” jamás impulsado por la Casa Blanca en el Hemisferio Occidental, carece aquí de control legislativo. El hecho es muy grave. México cede soberanía en áreas estratégicas que tienen que ver con la seguridad nacional. Calderón adoptó la agenda de Bush y su óptica militarista. Y no manchen: los cacareados principios de “confianza mutua”, “responsabilidad compartida” y “reciprocidad” entre dos países asimétricos como Estados Unidos y México es una humorada que intenta desafiar la ley que rige la relación entre el tiburón y la sardina.